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martes, 21 de febrero de 2017

Chorlito dorado americano (Pluvialis dominica): la tragedia del errante.

Chorlito dorado americano localizado por Sergio Mayordomo en Galisteo (Cáceres). Fotografiado en diciembre de 2016.

Si intentaramos ponernos en el pellejo de algunos de estos pequeños divagantes transoceánicos, las peripecias de Di Caprio en “El Renacido” de González Inárritu no ocuparían un capítulo de Dora la Exploradora y haría falta echar mano de “La Odisea” de Homero. Basta con imaginar a una persona que, nacida en el Ártico canadiense, tuviera que hacer todos los años un viaje de ida y vuelta a la Patagonia, en un ultraligero movido con la fuerza de sus piernas (si eso fuera posible). Imaginemos, que durante ese duro viaje una terrible tormenta le arrastra al centro del océano Atlántico. Ahora ya no podrá descansar, si se agota, se ahoga. Una increíble fortaleza, o una increíble fortuna, consiguen que alcance la tierra, pero en un continente desconocido, donde no habita ninguno de los suyos. Con el tiempo, contacta con otra especie de humanos (neardentales, por ejemplo) y, aunque con desganas, consigue ser aceptados por ellos. Al menos ya no está solo. Así pasará el invierno, pero con la primavera sus compañeros se volverán a sus lugares de cría en el norte de Europa o en Siberia ¿Y ahora qué?

"Si esto no son bisontes tengo un problema"


Una alternativa es mirar hacia delante y seguir su instinto, volar al norte e intentar encontrar a los suyos para formar una pareja. No los encontrará y, a menos que emplee la violencia, se quedará solo. La otra alternativa es quedarse en el lugar al que ha llegado, sabe que no está donde debiera y que no puede dar marcha atrás, así que no merece la pena más esfuerzo. También se quedará solo. En realidad, empieza a sospechar que ya es un muerto en vida.

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